ESPAÑA.- Barcelona vive un repunte en la turismofobia, con actos simbólicos y protestas que muestran el creciente rechazo de parte de la población al turismo masivo. Increpar a los visitantes con pistolas de agua es un gesto cada vez más habitual que refleja el hartazgo de colectivos vecinales frente a la saturación de espacios públicos, el encarecimiento de la vivienda y los efectos de la gentrificación, a los que atribuyen gran parte de la culpa al modelo turístico actual.
La capital catalana inicia con este clima de tensión una temporada de verano –junio y septiembre son los meses más turísticos de la ciudad por la confluencia de vacaciones y congresos profesionales– que promete unas cifras de ocupación e ingresos muy favorables para el sector, que a su vez teme la creciente amenaza de las agresiones turismofóbicas. Estas se han extendido en las últimas semanas, algo que los directivos atribuyen a que los activistas «están calentando motores para la manifestación» del próximo domingo por el decrecimiento turístico, que se ha promocionado con lemas como «autodefensa» o «el turismo nos roba».
Desde vídeos y publicaciones virales en las redes sociales donde los usuarios cuentan cómo insultaron a los «guiris» o les increparon tirándoles las cervezas hasta nuevos episodios con pistolas de agua en las calles reflejan cómo el rechazo a esta actividad ha crecido a medida en que lo han hecho las propias cifras de turistas. Especial consternación ha causado una acción en el colegio Salvat Papaseit de la Barceloneta, donde se pintó ropa y paraguas de los alumnos con mensajes como «fucking tourists» o «fuera guiris». «Los profesores están provocando que gente tenga turismofobia ya desde pequeños», claman desde el sector frente a lo que consideran un intento de manipulación.
El Gobierno municipal, liderado por Jaume Collboni ha endurecido su discurso y sus políticas frente a la masificación turística. Entre las medidas adoptadas figuran la eliminación progresiva de más de 10.000 pisos turísticos antes de 2028, el aumento de la tasa turística y restricciones a los cruceros que no implican pernoctaciones. Con ello, el Ayuntamiento busca reducir el impacto del turismo sobre la vida cotidiana de los residentes y recuperar el equilibrio urbano.
Estas iniciativas han generado un fuerte rechazo por parte del sector turístico y empresarial. Representantes de los hoteleros y restauradores acusan al consistorio de atacar el turismo de calidad y de poner en riesgo la competitividad de Barcelona como destino internacional. También critican medidas como el aumento del impuesto de bienes inmuebles a establecimientos de ocio y hostelería, así como la congelación de nuevas licencias turísticas.
Paralelamente, la opinión pública muestra una creciente incomodidad con algunos efectos del turismo. Una parte significativa de los ciudadanos identifica los pisos turísticos como una fuente de molestias en los barrios y evita zonas especialmente concurridas por visitantes. No obstante, muchos vecinos siguen valorando positivamente el turismo por su contribución a la economía local Desde el ámbito político, algunos partidos municipales han pedido aplicar al máximo la tasa turística como vía para redistribuir los beneficios del turismo hacia políticas públicas que mejoren el acceso a la vivienda y fortalezcan los servicios sociales. Consideran que la actividad turística debe ajustarse a los intereses de la ciudad y no al revés.
Una parte del empresariado turístico barcelonés se ha mostrado molesto con las políticas de Collboni, ya que entienden que su discurso genera turismofobia al vincular esta actividad económica con la falta de vivienda, a pesar de que los pisos turísticos solo representan una parte ínfima del parque inmobiliario residencial. A ello se une a la cercanía con la patronal hotelera, cuyo presidente es el encargado de gestionar el rumbo turístico del municipio a través del consorcio Turisme de Barcelona (cuya sede ha sido vandalizada con pintadas), y las críticas a la transparencia en la gestión de la tasa turística. Y es que desde hace años se promete que a la Ciudad Condal llegarán menos y «mejores» visitantes con mayor desestacionalización, pero la masificación continúa siendo una realidad en las calles, con una tensión creciente entre viajeros y residentes.